

Mujer cuerpo
Hay viajes y hay travesías; el primero implica una cartografía elegida con libertad y transitada con deseo (mismo cuando el viaje provenga de un deber), el segundo, no obstante – la travesía – implica un atravesamiento geográfico y geopolítico cuyas condiciones varían de acuerdo a las circunstancias humanas, entre miles de variables.
Qué sucede con el individuo, y más precisamente, la mujer, a lo largo de una travesía impulsada por una fuerte necesidad de dejar un origen conflictivo para arribar a un destino deseado, anhelado, fantaseado, imaginado, como un lugar de salvación.
Las condiciones de estas travesías suelen ser terribles y las historias de sus fracasos, nefastas y bien conocidas. ¿Qué motiva a una mujer sola, a menudo con las espaldas cargadas de crías pequeñas, a someterse al naufragio anunciado? ¿Qué la hace creer que ella no naufragará, que su historia será diferente? ¿Qué está dispuesta a perder, a cambiar, a negociar, a morir, para asegurarse de cumplir esta travesía? Si la mujer que emprende esta travesía se hiciera todas esas preguntas y contemplara sus respuestas, posiblemente no se moviera. Pero hay un deseo que pulsa, empodera, enloquece y empuja al cuerpo para que accione y no razone. El raciocinio es el enemigo de la travesía. El cuerpo silente es el absoluto protagonista, hasta que se encuentra en estado de agotamiento absoluto. Si llega a rozar el umbral de la muerte, se activa la razón, en su estado más vital, más esencial, más puro y necesario.
Al borde de la locura, la razón nunca fue tan lúcida.





